29 septiembre 2015

Amor sin fin.


Hoy, hablando con mi gran "Chuggi" salió ella en la conversación con el argumento más tonto que podía motivarlo, el cachondeíto que se traía mi colega con mi modelito de camisa vaquera, tonto el motivo pero salió y cuando salió es porque estaba y está dentro.
Hay muchas formas de querer y sentir, no es el mismo el sentimiento que despierta cada persona al arraigo de su condición, no puede ser el mismo. Hay muchas clases de amar, mucha diferencia entre quereres, hay muchísimos sentimientos exclusivos, privativos y únicos, tantos como seamos capaces de sentir, almacenar y expresar.
A un amigo se le quiere como sólo se puede querer a un amigo por mucho que se le quiera, si no se le quiere... no es amigo. A la esposa, los hijos, los nietos, el padre y la madre sólo se les puede querer como se puede querer a la esposa, los hijos, los nietos, el padre y la madre, son sentimientos individuales y diferentes, particulares y reservados de forma exclusiva a cada uno, hay tanta diferencia que a algunos de ellos no se les quiere, simplemente se les adora, se les venera y admira sin fin y hasta el final, no se proyecta el mismo amor a una madre que el que sientes por una nieta, son diferentes, ni mejores ni peores, diferentes, únicos y complementarios en su diferencia.
Hay otro sentimiento irrepetible y diferente a todos que rebasa el querer, que deja atrás la admiración hasta minimizar el amor, es un sentimiento único e irrepetible en la vida, es pureza derivada de una mezcla de bondad, ternura y dulzura que entrega con una generosidad ilimitada simplemente con su mirada. Cada persona imagino que lo habrá sentido alguna vez y por alguien diferente, nadie debería pasar por la vida sin disfrutarlo, sin vivirlo, sin sentirlo, nadie tendría que perdérselo. Como dice alguien que conozco, es lo más de lo más.
Yo tuve esa suerte gracias a ella, a la que hoy salió en la conversación gracias al modelito de mi camisa, una de las personas que más he amado y amaré en mi vida, mi abuela Andrea. Siempre y para todos tenía su sonrisa, su cariñoso gesto, su alegría de vivir. Recuerdo que cuando le pegaban aquellos ataques de amor me cogía la cara con ambas manos, se me quedaba mirando y con una sonrisa enorme me decía… "que guapo eres jodíoporculo" para después lanzarme una ráfaga de besos de repetición en la mejilla despidiéndome con un…¡¡¡…y que lambucero!!!".
Han pasado años, muchos años, muchísimos. Mi hermana -que por algo será por lo que también se llama Andrea- me dice que quizás la tenga idealizada, que mi devoción hacia ella haya sobrepasado la realidad y los límites de mi recuerdo, me da igual, yo sé lo que sentía y siento hoy treinta y cinco años después, aquello era amor sin límite, en su caso… pasión de abuela, aquello era, es y siempre será, un sentimiento irrepetible, un amor sin fin.
Hoy tocaba.