20 abril 2024

De milagro.



Viendo el percal y mirando atrás no parece que fueran otros tiempos, más bien otra era. Éramos pequeños hasta que dejábamos los pantalones cortos, poco antes del primer afeitado y nos enseñaban que la razón del profesor era incuestionable, que el asiento del autobús se cedía a los mayores, que si se te caía un trozo de pan al suelo había que besarlo antes de meterlo en la boca, que si tocabas un cuchillo te salían cuernos, que sólo podías pegar para defenderte, que el bocadillo de fuagrás te ponía más fuerte y la verdura te ayudaba a crecer.

Que si una persona mayor te reñía algo habrías hecho, que había que dar siempre los buenos días al levantarte, que había que santiguarte al salir a la calle, que al zumo de naranja se le escapaban las vitaminas, que si sudabas tenías que abrigarte para no coger frío y si veías la tele de cerca te quedabas ciego.

Que si te tragabas el chicle se te pegaba en las tripas y te podías morir, que la digestión duraba tres horas, que si no te secabas el pelo te ponías malo, que si comías muchos polos te salían anginas, que si te rapaban el pelo te salía con más fuerza, que si no bebías leche se te partían los huesos y cosas de esas.

No existían los cinturones de seguridad, se iba en bici sin casco, perdíamos los dientes en las carreras de sacos, declarábamos la guerra a pedradas, te sentabas delante en el coche con tu padre, salíamos solos a la calle, se fumaba en los hospitales, ibas a comprar vino y tabaco para el abuelo, en la playa no usábamos crema solar y jugábamos disparando balines de plomo del cuatro y medio con la carabina de aire comprimido…

En fin, lo dicho, que viendo el percal y mirando atrás, no sé cómo estamos vivos, o si, de milagro.