18 marzo 2021

El trapo amarillo


El trapo amarillo lo inventaron nuestras abuelas, la mía tenía uno que no era exactamente un trapo ni tampoco era amarillo, era una especie de pañuelo-balleta-paño que vivía en el bolsillo central de su mandil.

Era un trapo público y multiusos que lo mismo te lavaba la cara y limpiaba los mocos (aunque más que limpiarlos te los arrancaba) que curaba heridas de las rodillas o lamía del suelo el agua que lloraba el barro del botijo. Era un trapo para todo…

Su textura era variada pero nunca suave, podía ser de tejido telgal, tela, o lienzo, cualquier retal valía mientras arañara la piel, lo que venía a ser suave lija del doce. Se usaba seco o empapado dependiendo de su primer uso, que por cierto condicionaba sensaciones al que viniera detrás.

Lo del color era otra historia, digamos que era de tono mutante dependiendo del día, el uso y sus circunstancias, alternaba verde de flemas con negro de la pala del brasero o rojo oxidante sanguíneo, depende de la ocasión.

El caso es que recuerdo aquel trapo como un entrañable harapo amarillo, arrugado, rugoso y siempre mojado que secaba sus ojos y recogía emociones de risa y pena, de alegría y dolor, recuerdo un trapo bendito en unas manos rotas de trabajo, paz y amor.