25 septiembre 2018

El paticorto.


Yo vivía en una calle en cuesta y a mitad de ella, en la otra acera y frente al colegio había una panadería en la que cuando me daba mi tío Domingo la propinilla me compraba "Xuxos", unos donuts alargados, sin agujero ni leches, con azúcar acristalado por encima y relleno de una crema que me volvía loco.
En la puerta de la panadería estaba casi siempre el perro de la panadera atado a una argolla. Era un perro pequeñajo, paticorto, negro y feo de cojones al que me encantaba putear, al pasar por allí le sacaba la lengua y me burlaba de él intentando asustarle con cualquier cosa que llevara en la mano. Ni se inmutaba el cabrón.
Unos pocos metros más abajo estaba la tienda de electricidad "Petman" y un día en el que mi madre me mandó hasta allí a comprar algo, al volver hacia casa y pasar por delante de la panadería, el cabrón del perro, que estaba suelto, salió hacia mí como un obús, eché a correr lo que pude pero… el en aquel momento nada paticorto me trincó por la nalga derecha y recorrí unos cuantos metros con él de ahí colgado, se vengó con ensañamiento el muy cabrón.
Acabé en la clínica de la Cruz Roja con un banderillazo del tétanos y la firme promesa de no volver a pasar por allí hasta que aquel perrucho cascara el huevo. Y así fue.
El paticorto aquél me recuerda a Villarejo. La venganza es hija del tiempo y nieta de la oportunidad.