30 marzo 2015

Nada es como antes.


A las siete de la mañana ya estaba yo tomando café, que pena, nada es como antes. Hemos perdido el romanticismo de los restos y el sedimento, lo melancólico de la bayeta para todo. Como echo de menos aquellos bares de siempre, españoles, castizos con dos cojones y medio, bares de camarero con trapo de cuadros al hombro y delantal por la cintura, barras de madera vieja y adherente, superficies pegajosas sin formica donde te tiraban un puñado de cacahuetes para pasar la caña, para ti y para el que viniera detrás, aquellos platillos de aceitunas rebosantes de caldo, los suelos petados de colillas, huesos de oliva, servilletas usadas y cáscaras de frutos secos, aquellos tubos metálicos donde apoyar el pié para mantener el equilibrio como punto de apoyo perpendicular a la barra, aquellos váteres-gimnasio de agujero al suelo... Nada es como antes, hoy te ponen el pincho con una ramita de perjil en un plato cuadrado donde cabe la tortilla entera, el café con galletita en bolsa cerrada y los camareros no tienen las uñas negras. Pena de evolución. Nada es como antes.

25 marzo 2015

Túnicas moradas.


Ya están aquí, ya vienen los siniestros de la caperuza, los tenebrosos sin causa, pero tranquis todos que no pasa nada, no es el kukusklán ni nada parecido, es la semana santa y eso está muy bien, son unos días de fiesta cojonudos para escaparte por ahí y además suele hacer muy bueno excepto en Sevilla que llueve siempre, pero bueno, a decir verdad es que hay cosas de la semana santa que por lo extraño y a veces lúgubre, llaman la atención y algunas hasta acojonan y eso que afortunadamente ya no es como antes, entonces era peor y encima no tenías vacaciones.
Eran días tristes y de cara circunstancial por decreto, de pena fingida y miradas mudas, todo estaba cerrado. En la tele, procesiones, conciertos interminables, misas eternas y pelis de romanos y en la radio no era muy diferente, música de paso lento y locutores con voz afligida, compungida, como de paciente en pleno tacto rectal, además, el copuleo era pecado mortal y estaba prohibido hasta sonreír, de hecho, nos decían que eran días de pena, ayuno, reflexión, purificación, cognición, sacrificio, arrepentimiento y la virgen santa, osea, que por cojones tenía uno que sentirte como un penitente temeroso, acojonado, mal consigo mismo y culpable de no sé qué...
Hoy ya no es lo mismo, es más, los curas alternan con güisqui con cola y en la tele hasta echan pelis de Bruce Willis, pero aún así, el coso sigue teniendo su cosa, su queseyó, como lo del ramadán cristiano por ejemplo, lo que viene a ser la dieta por Ley. Se trata del rito de no comer carne los viernes de cuaresma, ni carne ni embutido ni nada rico que se le parezca, pero el caso es que hace años el asunto era cojonudo..., no podías catarla a no ser que fueras militar, picoleto o te presentaras en casa del cura y pagaras la bula, vamos, lo que viene a ser que,... o sueltas la panoja o te jodes y cuidadín que otra cosa era el como podías salir de allí, dicen las malas lenguas que desde su habitación tenía unas vistas a Cuenca que flipas. Eso dicen... 
Luego está lo de la penitencia pública, eso si que acojona. Los hay que van de rodillas con la espalda hecha polvo por auto flagelo con una especie de látigo que flipas, los que se dejan crucificar con clavos de los que pinchan de verdad, los que van amarraos con una soga a una cruz que debe de pesar la de Dios o los que les da por ir de rodillas arrastrando una cadena de la virgen mientras recorren siete iglesias. No me digas que eso no acojona..., el caso es que extrañamente, los arrepentidos esos no pisan una iglesia el resto del año ni pa cristo...
No es un tópico, es lo típico de estas fechas, son cosas de siempre como el cura bajo palio, los gestos sin sonrisa, las estampitas de cristos espinados, los nazarenos, los burkas en mirada ajena, los capirotes macabros, el beato boato, los lentos redobles de tambor, los profundos berridos de llanto, las saetas desde la ventana, los balcones alquilados, los trajes oscuros, las corbatas negras, las mujeres de luto, las mantillas misteriosas, los medallones al pecho, los cirios encendidos, la cera derretida, las palmas de ramos, los ramos de olivo, el olor a incienso y las mil y un procesiones petadas de devotos que al día siguiente te puedes encontrar en cualquier antro de lucecitas de neón y mujeres en bragas. Es lo de siempre, lo que se llama cristiano a tiempo parcial o católico en funciones.
Pero bueno, a decir verdad, entre tanta aflicción y pesadumbre, la semana santa también tiene cosas menos oscuras, cosas como las vacaciones, la tortilla de calabacín, los bocatas de rabas, las monas de pascua, los bollos de anís, las torrijas con miel y como no … ¡¡¡el bacalao con tomate!!
Pues eso, que ya están aquí, que vienen los del cirio y el capirote así que disfrutemos que aún... "podemos", vivamos la semana del arrepentimiento, la fe ajena y aflicción fingida, vivamos la fiesta del hábito, la sotana y las túnicas moradas.

18 marzo 2015

Regardier en arrière.

Mirando atrás recuerdo una anécdota cuando menos hoy "graciosa", entonces no lo fue tanto, para nada y no se rían que es una cosa muy seria.
Yo empecé a estudiar francés cuando apenas tenía séis o siete años, lo que ahora se llaman "las complementarias" entonces era "la particular" y nos la impartía un profesor que se llamaba Don Carlos. Aquel profesor metía más horas en el colegio que el conserje puesto que cuando salíamos nosotros entraban los adultos, lo que nosotros llamábamos personas mayores, a los que daba clase para sacarse el graduado escolar. Entre aquellos por cierto estaba mi padre. 
Aquella clase jodía un montón, cuando los demás salían a las 6, nosotros nos teníamos que quedar una hora más en clase con Don Carlos, una hora de "vocabuleg" mientras escuchábamos de fondo los gritos y balonazos en la calle, crueldad añadida pero..., mi madre se empeñó en que estudiara francés y ...
Una de aquellas tardes de playa y eterna digestión antes del baño, me falló la táctica que habitualmente utilizaba, y aquello de acosar y coser hasta el aburrimiento a mi madre cada cinco minutos con el "mamá, que hora es, mamá que hora es y mamá que hora es" alternándolo con el preguntar insistentemente "mamá ya es la hora?, mamá ya es la hora? y mamá ya es la hora?" se volvió contra mi. Vaya que si se volvió...
A nuestro lado, a menos de cinco metros se encontraba una familia de franceses, por lo menos entre ellos hablaban en francés, y a la lista de mi madre no se le ocurre otra que decirme... "pregúntaselo a los franceses" mientras se reincorporaba y me empujaba hacia los gabachos.
Yo me resistía y negaba la mayor, ni de coña iba a preguntar la hora a los franceses y mucho menos en francés pero ella... erre que erre,  hasta llegar a chantajearme sentenciando... "O se lo preguntas a los franceses o no te bañas". No me quedaba otra.
La madre que me parió, nunca mejor dicho, me puso entre la espada y la pared, o preguntaba la hora a los gabachos o no había baño, así que no me quedaba otra y después de negarle diez veces me resigné, armé de valor y educadamente les espeté... "Quelegetilsilvuplé? a lo que el franchute con irónica sonrisa por cierto que llenaba su asqueroso rostro me contestó... "Las cinco y cuarto, no se te arregla para bañarte macho"...
Noooooooooooooooooooooooo, tierra trágame!!! me faltaba playa para correr, lo primero que sentí fue un impulso matricida desconocido, una vergüenza que aún hoy mi madre recuerda y un ridículo memorable en los anales del sonrojo. Creo que aquel día batí el record olímpico y mundial de carrera de tropecientosmil metros lisos con ganas de matar a una madre, es más, aquel día Forest Gump era un puto mindundi al lado mío.
Tardé en volver por donde estaba mi madre, bueno mejor, por donde estaban los gabachos, me podía el bochorno y las ganas de matarla. Es más, creo que se me quitaron las ganas de baño... 
No se rían que es una cosa muy seria, esto es lo que mi hermana dice mirar "patrás", "regardier en arrière". La madre que me parió...

16 marzo 2015

Los pirauchos de Valentín.


Yo me he criado en la playa. Desde que mi madre acababa de trabajar hasta la noche, hasta última hora. Había que estar hasta que Valentín diera por finiquitado el día y así, mientras recogía el puesto nos dejara uno de los pirauchos que alquilaba. Aquello era mi prórroga, un tiempo extra de disfrute con Maricarmen y Ricardo entre Ondarreta y el Pico de Loro. 
Lo peor de ir a la playa era el traslado de pertrechos, me río yo de las penitencias en procesión. Aquello si que era dolor. Ondarreta, sin exagerar, quedaba como tres millas más allá de las Azores y llegar hasta allí andando, con la silla de mi madre en una mano que me destrozaba los tobillos a golpes, la sombrilla, el cubo y la pala de mi hermana en la otra, la pelota de Nivea bajo el sobaco y la bolsa de las toallas cruzada a la espalda... pues como que no era lo más cómodo pero para todo ésto, mi madre cargaba en brazos mi hermanita, la nevera con bocatas para un regimiento, otra silla para Elena o Fausti y la de Dios en verso, cuando llegábamos conformábamos un asentamiento de lo más parecido a un campamento calorro que vi nunca.
El tema de la digestión era otra historia, asunto que hoy, más de cuarenta años después sigue siendo mítico y objeto de burla con la vieja. Mi madre nos tenía tres horas ¡tres! para hacer la digestión de un triste bocata de salchichón, si pero no tres horas para los tres, no, tres horas para cada uno, algo así como si nos hubiéramos comido a mi hermana, a la que por cierto, encima teníamos que vigilar durante esas tres larguísimas horas mientras mi madre descansaba esparcida cara al sol. Éramos como bocartes en la arena ansiosos de volver al agua.
Recuerdo que en la esquina de Matía con Sukía había una pastelería con un escaparate para llorar de emoción, bajando de casa había que pasar por allí si o si y creo que la pobre de mi madre debía de pasarlo peor que nosotros ante aquella exhibición de panchinetas, borrachotes, chocolates, bombas de crema y cruasanes rellenos; no había flus y de donde no hay... pues eso, quizás el residuo emocional de aquello lo esté pagando ahora mi nieta a la que atiborro de lo que sea y hasta que le salga por las orejas, aunque no lo quiera. Es la venganza del subconciente sobre el pasado.
Eran días de piraucho a finales de los sesenta, días en los que el tiempo no corría, en los que la vida era muy lenta, tan lenta y parsimoniosa como las agujas del reloj de Ondarreta, tan lenta como la digestión de un bocata de salchichón, como las tres horas de cuidado de mi hermana.
Eran días de pirauchos, de los pirauchos de Valentín.

08 marzo 2015

El tonto del tanganillo.

Menos mal que salgo poco por las noches porque a tenor de lo que hay tengo una cosa muy clara, que tengo imán para los gilipollas.
El día después de una noche de copas con seis amigos pues como que tampoco es el mejor momento para pensar, los dolores de cabeza no es que te lo faciliten demasiado pero bueno, aún a pesar de la resaca de Santa Teresa (la del ron digo), hay algo sobre lo que me si apetece escribir.
Hay que ver lo a gusto que se está con quien se está a gusto, gusta compartir pinchos, teatro, copas y risas con quien te gusta, de forma tranquila y sin meterte con nadie, te lo pasas bien y disfrutas con los amigos hasta que de buenas a primeras aparece el gilipollas y lo jode. Me refiero al tonto del tanganillo, si, hablo de ese personaje al que no se te ocurra mirar dos veces porque se ofende, un mermado que se considera por encima del bien y el mal, un perdonavidas que crea problemas donde no los hay, un armario empotrado que te mira con desprecio y te trata con desidia, un fantasmón hormonado, musculitos comehombres de bronceado hortera, cabeza cuadrada y rapado militar, un impedido con pectoral 7XL, camisa desabrochada y frontón depilado, un disminuido que vota, un tutelado con evidente sintomatología de indigencia intelectual y nítidos ademanes de matón de tres al cuarto que probablemente por deficiencia en el riego vascular tiene el hipotálamo más seco que la vagina de una momia. 
Un cantamañanas con paquete marcado en pantalón de piquillo que libera su frustrada vocación ejerciendo como portero de disco-bar con una llamativa prepotencia, chulería, falta de compostura, saber estar y educación hasta que "alguien" al que pretende amedrentar va y le contesta alguna cosita al oído que de repente le hace ver que acaba de equivocarse de cabo a rabo para de forma fulminante volver al mundo real y lo por sorprendente que pueda resultar, pedir perdón y desaparecer. 
El tonto del tanganillo es el típico elemento sumamente necesitado de practicar... yo qué sé..., jumping, puenting, paracaidisming o cualquier otro deporte de riesgo para que quizás con una buena hostia se arreglara lo suyo, si es que tiene arreglo, que lo dudo.