14 abril 2017

El tocinetas.


Ya lo decía Sir Francis Bacon, aquel canciller inglés con nombre de tocineta, "Nada se sabe bien sino por medio de la experiencia", que listo era el jodío... seguro que lo había probado.
Hoy quiero hablar del Bisolvón, ese rojizo mejunje mágico que por valer para todo, todo lo cura. Ya por el año 83, durante mi estancia como diácono en el convento de Úbeda pude apreciar las mil y un aplicaciones curativas del Bisolvon. Según entrabas en aquella habitación de clausura, sea cual fuere la sintomatología, el tratamiento siempre era el mismo, Bisolvon.
Que te dolía la cabeza... Bisolvon, que no te dolía, Bisolvon, que tenías tos..., Bisolvon, que no tosías, pues Bisolvon, el Bisolvon valía para todo, de ahí que no hiciera falta médico en aquel vetusto cenovio, allí hacía de sanitario cualquiera que hubiera aprobado con nota primero de cocción de huevos y corte de perejil.
Ni los aviones, ni la telefonía ni ná de ná, el Bisolvon es uno de los inventos de la historia. Hoy, treinta y cuatro años después de nuestra ordenación en el sacerdocio, la cosa no ha cambiado demasiado, la propedéutica y posología sigue siendo la misma, ni cucharilla ni hostias, el buche, la única variante es el nivel de resistencia del paciente y por ende el resultado.
Hoy, sea cuales fueren los síntomas, el resultado siempre el mismo, somnolencia y cagalera o lo que es lo mismo, ni tos ni leches, sólo hay que tomarlo para ir al baño y a la cama, defecar y dormir, por este orden, y así cada vez que te tomes Bisolvón te irás de varilla como un mirlo y acabarás más grogui que un argentino mudo.
Avisados quedáis que la experiencia es la madre de la ciencia, y eso no lo dijo el tocinetas ese.