
En el centro de la cocina una mesa camilla redonda de las de agujero para el brasero, con tapete de puntilla sobre la falda verde hasta el suelo, donde hacía los deberes cada sábado frente a la tele, un aparato enorme de la marca Kempler en blanco y negro que a mis padres debió costarles un riñon, era una de esas que fabricaba la "Francis" y pesaba más que un muerto.
A resguardo de la fregona, entre mis pies y oculto bajo la falda de la camilla, "Chispas" mi perro, listo como el hambre que de allí no se movía hasta que no se secara lo fregao por si las moscas...
Mi madre siempre me mandaba hacer los deberes a la misma hora, justo justo cuando empezaba en la tele "Cesta y Puntos", no sé que coño pretendería con eso, hoy veo en Youtube algún vídeo y lo tengo muy claro..., aquellos tíos o no eran normales o estaba todo amañado, era imposible contestar correctamente aquellas preguntas. Amos no me jodas... que se sabían hasta el número del deenei del abuelo de Heidi...
A mi espalda... la innombrable, la ínclita y asquerosa olla a presión con los garbanzos dentro... yo no sé lo que tardarán en guisarse unos garbanzos pero por poco que sea, para mi es una eternidad. Aquel pitorrito dando vueltas y vueltas silbándome la oreja mientras expulsaba aquel abominable aroma de garbanzos cada sábado marcó mi grima gastrointentinal para siempre.
Todo tiene un porqué, nada es por casualidad. No fue un sábado ni dos, fueron muchos sábados, todos los sábados de todas las semanas de muchos años haciendo los deberes entre la espada y la pared, entre la Kempler con los listos dentro y el pitorrito de la olla soplándome la oreja con vapor de sus garbanzos, con aroma de sábado.
Hasta hoy.