22 mayo 2024

El mechero de mi abuelo.



En el patio, junto a la pila y la tabla de lavar recuerdo en el suelo un capazo negro de goma, con restos de cemento seco y en su interior puntas oxidadas, una cuerda enrollada en un palo, una llana, alguna paleta, una gran brocha, un cincel que pesaba mucho y una vieja madera para rasear. Toda la herramienta bastante vieja, oxidada y con las empuñaduras muy rugosas, salpicadas de humildad a borbotones. Mi abuelo Domingo era albañil.

Recuerdo que tenía un mechero de los de verdad, de los de mecha anaranjada, algo fascinante para mí, un invento que me llamaba muchísimo la atención y con el que nunca me dejó enredar. Verle liar un cigarrillo era toda una ceremonia que me embelesaba y él lo sabía. El tabaco lo contenía una petaca de cuero muy usada y casi negra que agitaba suavemente para depositar con sumo cuidado las hebras sobre la preparada concavidad de la palma de su mano mientras entre los dedos mantenía el papel de fumar. Maravilloso.

Normalmente lo hacía en la mesa camilla del zaguán, en camisa de tirantes blancas de las de toda la vida, recién afeitado y lavado al regreso a casa después de todo el día trabajando. Los que le conocieron me hablan de lo buena gente que era, de los favores que hizo a pesar de la necesidad y de su habilidad como albañil. Yo le recuerdo como abuelo al que adoraba y admiraba, pasando el cigarrillo recién liado por la punta de la lengua, sentado en una silla de mimbre, en la camilla del zagúan, con camiseta blanca de tirantes y sacando chispas de aquel fascinante artilugio de mecha anaranjada, algo para mi tan hermoso como prohibido.

 En eso estaba pensando, en el mechero de mi abuelo.

21 mayo 2024

Terapia del vivir.


Lo de las noticias de la tele no tiene nombre, los titulares de los informativos es a cada cual peor, llaman la atención del espectador con la trampa de la guerra, los asesinatos, las muertes de inocentes, la normalidad de la tragedia ajena y la basura entre políticos de mierda. Hasta la previsión del tiempo da asco.

El ansioso tono del periodista que lo narra busca la inquietud, la congoja de una situación que generaliza en busca de mantener la atención de los espectadores. Todo sea por mantener la audiencia.

Apagamos la tele y en un involuntario gesto miramos la agenda del móvil y vemos todo lo que tenemos por delante esta semana, consultas médicas, fisio, llamar a, reservar en, consultar con… todo por hacer y mucho en lo que pensar. Demasiado. Dan ganas de volver a encender la tele.

Nada nos separa de la realidad, piensas en lo que te gustaría poder hacer, esperas ansioso ese momento, ya sea tu partida semanal de padel, tute o petanca, o como en mi caso coger la moto y escapar, poner en fuga la mente, ir a cualquier lugar que me llene de paz hasta hacerme parecer un auténtico gilipollas ante el mundo.

Eso que separa cuerpo y alma, que nos protege de la realidad y los presentadores de los informativos, que nos borra las obligaciones de la agenda, inyecta pasión y ralentiza la vida se llama terapia del vivir, un lugar que seguro que existe donde no pensar y no escuchar ni al hombre del tiempo.