18 abril 2012

El urólogo


Hoy es uno de esos días en los que todo se ve diferente, no sé, raro, será porque hace frío,  el ambiente está triste o porque tengo el ojo dilatado,  no sé... pero vamos a lo que vamos.
No es que nos guste demasiado ir de médicos, no les vamos a engañar,  no nos gusta nada, si quieren, si se ponen, seguro que te encuentran algo y si buscan lo que imaginas, seguro que encuentras lo que no quieres, el caso es que el Pobre Pin hace unos días empezó a sentir una molestia en el testículo por no decir huevo izquierdo, y ahí empezó todo.
Tras los pertinentes y obligatorios días de acojono no nos quedó mas remedio que ir al médico de cabecera, aquello fue lo que en castizo castellano se denomina "tocarnos los cojones" pero no tuvo bastante con eso sino que encima, y abusando de la buena relación que entre ambos mantenemos, nos remitió al urólogo para un estudio más especializado y "profundo". Y tanto que fue profundo...
Hoy era el día, esta tarde, a las cinco menos cuarto era la cita, vamos, casi a la hora de los toros. Llegamos a las instalaciones, era la primera vez que visitamos a un "urólogo" y viendo la sala de espera entendemos ahora aquello de que se trata de un profesional que te la mira con desprecio, te la coge con asco y te cobra como si te la hubiera ...
Había dos personas más, uno ya mayor que rozaba los setenta y otro más o menos de nuestra quinta. Parece que nos leían en la cara que era la primera vez que estábamos allí, nos sentíamos observado de reojo, hasta nos parecía que sonreían disimuladamente. estábamos incómodo y porqué no decirlo... acojonado, empezábamos a dudar entre quedarnos o salir por pies de allí... Al rato estábamos solo en la sala de espera, un lugar muy luminoso y con excelentes vistas a la Bahía pero no estábamos para deleitarnos con el paisaje, solo pensábamos en nuestro culo, en lo que podría pasar...
No había revistas de motos o viajes, ni tan siquiera el Interviu que nos distrajera un poco, solo Pronto, Hola, Belenes y Jesulines, no había nada que leer, nada que hacer, solo esperar. Estábamos más acojonado que un pavo en navidad.
Cinco y cuarto, abra la puerta la recepcionista y con una para nos tan irónica como cáustica vocecilla pronuncia nuestro nombre, no nos salía la palabra, ya no había marcha atrás, no quedaba otro remedio por lo que desde lo más profundo de nuestro ser surgió un ¿si? para enseñándonos hasta las muelas del juicio mientras nos espetaba un... "Pase por favor".
Iniciamos el camino hacia la consulta, el pasillo era angosto pero puedo jurarles que la pava esa iba partiéndose de risa a cuenta nuestra, y si no es así, lo disimulaba de pena. Entramos en aquella habitación, allí estaba él, sentado frente a un portátil, mediana edad, algunos pocos más que el menda quizás, bata blanca y muy bien planchadita. Aquello era muy austero, muy frío, vamos un lugar para todo menos para que nos tocara el huevo, o eso nos parecía pero... lo del huevo ya no importaba,  eso no tenía importancia alguna, una simple varicocele o resquicio de una operación de hace muchos muchos años, ahora interesaban "otras cosas". 
Intentamos caerle simpático, le preguntamos por si conocía a nuestro amigo de la adolescencia Miguel Rado, urólogo también, pero ni por esas. Si. Le conocía, es más, le caía muy bien y nos mandó recuerdos para él. No nos valió para nada ¡¡¡Que te den por el culo Miguel!!!!
Que tiempos los que corren, ya nada es como era, todo ha cambiado, nada de eso del típico "estudias o trabajas", sin precalentamiento previo, sin unas copitas, casi sin presentarnos, nada de nada, se limitó a preguntarnos la edad y nada más informarse de los trienios que acumulamos pilló un guante transparente del armario y tras especular con la presunta necesidad para nos desconocida de hacernos una revisión de la próstata, nos largó un grosero... "Bájate los pantalones, te voy a hacer un tacto rectal". Lo sabíamos, sabíamos que iba a pasar, lo sabíamos!!!!!!
Nos embargó la vergüenza, no nos dio tiempo a mucho más, lo suficiente para mirar su mano y ver que era enorme. Dios que mano!!! era como la de un pelotari vasco y los dedos gordos como morcillas. Nos puso a cuatro patas, así, como lo oyen, en pelotas de la mitad para abajo, con los calcetines puestos y a cuatro patas encima de una especie de camilla sin ruedas, imagínense la escena. propia de José Luis López Vázquez...
Horroroso,  espeluznante, aterrador, indecoroso, aquello nos marcará para siempre, de repente los ojos se nos salían,  una cosa extraña y de la que queremos pensar que era un dedo invadió nuestros adentros, no solo nos perforó sino que encima se deleitaba enredando en nuestro interior. Aquello nos resultó eterno, allí dejamos nuestra virilidad, hombría y si nos apuran, hasta la dignidad. Vamos a dejarlo correr, dejémoslo, no pienso pensar.
Tras invitarnos con una sonrisa a volver cada año para repetir, salimos de allí que no sabíamos a donde mirar. El esfínter nos patinaba, teníamos allí abajo una especie de asquerosa vaselina que resbalaba con nuestro andar, habíamos perdido la decencia, estábamos aturdido, es como si por el hasta hoy virgen y ahora dilatado agujero fuéramos a perder las alubias del almuerzo.
Todo el mundo debería leer nuestro apesadumbrado rostro, para nos que toda la gente lo sabía, no nos atrevíamos a cruzar la mirada con nadie, estábamos humillado, avergonzado, derrotado, todo el mundo parecía saber que al Pobre Pin le habían dilatado el agujero. Pobre Pin.
Algo podemos asegurarles, no se rían puesto que... a todo chon le llega su san Martín.
Saludos, Pin.

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