27 diciembre 2023

Yo confieso.


Hoy me he sentado aquí, frente a esta balconada electrónica para en un puntual e irrepetible ataque de sinceridad, venir a reconocer públicamente, aunque me cueste mi prestigio personal..., que sí, que yo también me apunté a un gimnasio. Ya está, ya lo dije! ahora me siento mejor.

En mi descargo, si es que tengo disculpa, tengo que decir que no fue idea mía, que a mí nunca se me hubiera ocurrido esa barbaridad, yo tengo firmes principios pero bueno…, mi por entonces compañero de trabajo y que a pesar de todo hoy es mi gran amigo "el Chugui", me enganchó de pardillo abusando de mi ingenuidad y sobre todo de mi inconsciencia.

El elemento en cuestión, por entonces más musculado que las ancas de una rana, era un vigorésico de esos, un auténtico tronao del ejercicio,  el correr, las pesas y chorradas de esas, cómo será que para no engordar desayunaba "Muesli" de ese, que no es más que un intragable pienso variado en grano más duro que una empanada de rodamientos... un atontao de cojones.

Pues si, me llevó y con el rollito de no pagar matrícula, que si era amigo de no sé quién de allí, que tal y cual, me matriculó. La virgen! 

Nada más apuntarte en aquel campo de cumplimiento, lo primero que te dan es una mini toalla que en su vida ha conocido el suavizante para que te la cuelgues del hombro al entrar y una ponchera de propaganda a modo de botijo para "hidratarte que es muy importante, importantísimo" me decía "el Chugui". Valiente cabrón.

Yo no había entrado nunca en un antro así, una sala enorme, con todas las luces encendidas y las paredes con espejos por todos los sitios en los que todo Dios se miraba a sí mismos como si no se hubieran visto nunca, como si no se conocieran y con una extraña cosa en cada mano que levantaban y bajaban aleatoriamente mil veces. Luego supe que aquello se llamaba mancuerna. Sólo con ver sus caras de sufrimiento a mí ya me dolía todo, pero aún no me lo olía lo que venía...

Mucha peña por todos los lados, había que reservar hora "on line" para todo, hasta hacían cola en los aparatos. Todos con guantes sin dedos, zapatillas de cien pavos y sin calcetines. Prendas fosforitas  rosas, amarillas o verdes, muy visibles todas, para que no les atropelle alguna bicicleta estática supongo. Camisetas de tirantes estrechísimas de la muerte y mallas, muchas mallas, unas hasta por debajo de las rodillas, otras largas y  todas más apretadas que el condón de un burro.

Extrañísimos aparatos por todos los lados, máquinas rarísimas con cables de acero, pesos y contrapesos alienadas contra el sobrepeso. No había por dónde mirarlas, yo no hacía más que girar la ceza buscándoles el sentido, no sabía ni dónde sentarme, pero lo peor no era eso, lo peor es que había otra persona frente a ti haciendo sin parar lo que tú te limitabas a intentar un par de veces seguidas. Patético Pin...

Mi colega "El Chugui" dirigía mis tentativas animándome a no sé qué mientras yo le maldecía  por dentro y a los cinco minutos ya estrujaba por quinta vez la mini toalla e iba por el segundo botijo, el mío y el suyo, pero lo peor estaba por llegar… el zumba, si han leído bien, el zumba. 

No se le ocurría nada bueno al muy cabrón, de hecho, hoy, muchos años después sigue siendo así, puteando cariñosamente mi existencia aprovechándome del afecto que le profeso. A pesar de aquello.

Me apuntó a una sesión de esas, calla... Para los que no lo sabéis lo que es el zumba, eso es morir haciendo el tarín en modo baile, pegando saltos como los Masai y moviéndose constantemente a izquierda y derecha para no ir a ningún lado, sudar a lo loco y no poder ni respirar pero eso sí, al ritmo de la música y frente a una loca del coño a la que hay que imitar en todo lo que hacía y que estaba pegando voces durante toda la clase. Una "joligan" asesina de la que no podía huir y  que encima no dejaba de mirarme, sería por el miedo que le daba mi posible jamacuco. 

No me explico como hoy estoy vivo, de hecho no he vuelto a zumbear en mi vida, se me quitaron las ganas para siempre. Una y no más, Santo Tomás. No había músculo que no me doliera, de hecho, yo que por entonces me movía menos que los dientes de arriba, no sabía ni que existían tantos tendones, ligamentos y cosas de esas dentro de mí. Aquella pirada casi me mata. Cuarenta minutos duró, dos horas y media en Canarias.

Después, para "relajarme" el Chugui me lleva a la planta de abajo, a las piscinas y me dije a mi mismo… guayyyyyy, ¿guay? Los cojones guay!!!! ¡¡¡Antes de entrar pretende que me meta en una pileta de metro y medios por dos con el agua helada y cuando dio helada es que estaba más fría que el abrazo de una suegra o menos!! Ya le pueden dar por el culo a la piscina… y encima me dice que después "nos hacemos" un par de largos ¿Cómo dices? Pero por Dios, si el otro extremo de la piscina estaba en las Azores… no llego, me ahogo fijo y encima sin dignidad! porque había que verme con aquel gorro de piscina, un artefacto de esos que cuando te lo pones se te levantan las cejas por encima de sus posibilidades hasta impedir el simple parpadeo y deformando la naturalidad de cualquier rostro por feo que sea. Lo que viene a ser la cara de mandril.

Pues eso, que si, que lo confieso aunque no entraré en más detalles que los hay pero hasta ahí voy a contar, obviaré lo de los pedales regulables en dureza de las bicis de "espining", el chocho de coordinación de movimientos en la elíptica o lo de detener poco a poco la posesa cinta de correr y más cosas porque uno todavía tiene decoro y una imagen que defender, aunque tengo que reconocer que si, lo confieso, que aunque no fuera culpa mía yo también me apunté a un gimnasio, pero no fui yo, la culpa fue del "Chugui".



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