20 enero 2024

Malos sueños


Hay días que me levanto muy cansado, cansadísimo. Me agotan, no llegan a ser pesadillas pero si sueños muy desagradables que se repiten con demasiada frecuencia.

Me despiertan alertado, con una sensación de sobresalto, vértigo y lágrimas en los ojos, entonces, bebo agua e ilusamente intento de reprogramarme diciéndome a mí mismo que tengo que soñar con otra cosa, que tengo que cambiar de tercio y seguir durmiendo, pero es que no es un sueño, es una vivencia que llevo pegada a mí desde hace muchísimos años y de vez en cuando, me da la noche para restarme paz.

Una mañana de hace mucho tiempo, nos avisaron de que mi abuela ya estaba muy mal y deberíamos ir para allá cuanto antes. Doscientos kilómetros no separaban de su casa.

Salimos en el Ford Fiesta de mi padre inmediatamente los cuatro. Era verano pero no hacía calor, era un trece de Agosto, un día silenciado, separado de los demás, raro, un día hecho a la medida para morir. No nos dio tiempo a llegar, entrando por la puerta de casa falleció, aún estaba calentita aunque yo no quise verla, no me atreví, mi tía Victoria me dijo que se había muerto con mi nombre en la boca, llamándome.

Tenía dieciocho años, era el mayor con diferencia de sus nietos y mi unión con ella era muy especial, única. Aquello no fue un mal sueño, fue verdad. Ha pasado mucho tiempo pero las repeticiones de aquello en mis malos sueños son demasiado frecuentes, aquella experiencia está adherida al alma, no se va, está ahí para putear entre mis recuerdos de ella, de su mandil a cuadros, pañuelo en la manga de su jersey, sus besos de metralleta y su risa contagiosa, ahí está el puto sueño, fiel al sufrimiento casi olvidado y que de vez en cuando se empeña en joderme la noche y robarme el día.

 

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